A las afueras de la ciudad, a un paso de la autovía, hay un terreno abandonado. Habrá tenido propietarios en otros tiempos, pero por alguna razón nadie está interesado en él hoy. O quizá nadie quería vivir en un lugar, donde se sabía que habitaba la magia…
En uno de los extremos de este terreno, había un agujero en el suelo. Lo marcaba un poste con una cadena algo oxidada. Al extremo de la cadena, hubo una calabaza hueca. Desde los tiempos más antiguos se solía beber agua así: se dejaba caer la calabaza en el pozo, se llenaba con agua y se sacaba. En otros tiempos, esta calabacita habrá refrescado muchos pasajeros. Ahora estaba olvidada y abandonada como todo lo que la rodeaba.
Se decía que si pedías un consejo a este pozo, lo recibirías. Éste sin embargo era un viejo cascarrabias y antes de responderte, te obligaba a escucharlo y a hacer algo que poco tenía que ver con tu pregunta. Y la moneda. Decían que no era codicioso, pero si no le echabas una moneda de plata, permanecía en silencio como un normal y aburrido agujero en el suelo. No aceptaba otra cosa, que plata. Incluso si le dabas oro, se quedaba callado. Tenía sus principios y obligaba a respetarlos.
La gente lo evitaba, si podía: unos no creían en leyendas, otros no tenían plata y para otros todo era una vulgar broma. Si uno acudía, ya estaba bien muy ingenuo, muy desesperado o muy loco. O ser una Bruja.
Aura era precisamente Bruja con muchos años de experiencia. Su elemento, el Aire, la solía llevar a todas partes – posibles e imposibles. Curiosa por naturaleza, había estudiado la mayoría de las escuelas filosóficas y los corrientes de ocultismo de los diferentes épocas a las que había podido acceder.
Tenía ochenta y dos años que le parecían muy cortos como para aprender todo que le apasionaba. Se consideraba a si misma sabia, pero no lo suficiente. Había conservado la curiosidad de un niño pequeño y siempre estaba dispuesta a ponerse a desvelar el misterio de un nuevo enigma. Sin embargo, esta vez necesitaba ayuda y acudía al Pozo para ofrecerle una moneda de plata y poner su pregunta.
Se acercó al Pozo. El camino hasta él estaba cubierto de hierba y pequeñas piedrecitas, no había árboles a su alrededor y, si no fuera por el poste con la calabaza, sería un simple agujero en el suelo. Aura se acercó y miró en su interior. Parecía profundo, solo vio oscuridad. De repente, se sintió incómoda y empezó a dar pasos de derecha a izquierda sin ir a ningún sitio. Sacó indecisamente la moneda y la hizo girar en su mano. No sabía cómo empezar.
-Nunca te responderé si echas la plata antes de preguntar – se oyó una voz muy suave y chispeante. Era una voz rara y tranquilizante en el mismo momento. No se podía determinar si pertenecía a una mujer o a un hombre, pero algo en su tono hizo Aura sentirse muy cómoda y tranquila.
-No creía que la plata era tan importante para ti – respondió. Y en contra de todo, en su cabeza apareció una pregunta «¿No debería haber preparado propina?»
-No es importante – dijo el Pozo. – En la realidad es solo por diversión.
Aura guardó silencio; no entendía hacia dónde iba la conversación.
– La mayoría de los que vienen aquí quieren algo trivial e insignificante – dijo el Pozo – pero tu me has intrigado. ¡Habla!
Silencio. Por primera vez en muchos años, Aura intentaba ordenar bien sus palabras. Normalmente, sus pensamientos fluían ligeros y libres como el água. Pero ahora, de pie ante este elemento, le costaba abrir la boca.
– Siento cosas – dijo finalmente – Sueño con algo oscuro y pegajoso como caramelo, que se extiende por mi casa y no puedo hacer nada para detenerlo. Nunca he experimentado algo así y no sé qué podría ser. Luego me despierto, pero toda la casa huele a caramelo.
– ¿Y a ti te gusta el caramelo?
– ¡Para nada! La última vez que probé un plato con caramelo, fue en el funeral de mi abuela, hace muchos años. Desde entonces para mi el caramelo es la muerte.
El Pozo guardó silencio durante un tiempo y luego dijo:
-Creo que es la hora de limpiar debajo de tu cama.
Ella no entendió nada. ¿Qué tenía que ver su cama con este sueño?
– ¿Qué es lo que tengo que limpiar?
– Demasiadas lecturas – respondió el Pozo – Ya toca quitar las telarañas. Ahora, dame la moneda.
– Tendrás que esperar – dijo Aura levantándose. – Ahora voy a limpiar y luego te traigo la plata – añadió.
Al escuchar sus pasos alejándose, el Pozo emitió unos sonidos de mucho, mucho enfado. No era la primera vez que le pedían consejo y luego no le pagaban. Las promesas son gratuitas, ¿a que si?
El agua comenzó a elevarse en un remolino hacia arriba, arrastrando consigo briznas de hierba e insectos del interior del agujero. Se alzó furiosa en el aire. Parecía una extraña gota enorme, danzando en un torbellino autoinducido. Observó desde lo alto y se preparó para lanzarse con toda su furia hacia Aura.
Al percibirlo, ella se giró. En realidad, apenas había dado unos pocos pasos y estaba mucho más cerca de lo que el Pozo había supuesto.
Era una Bruja experimentada, distinguía las amenazas desde lejos, pero esta estaba tan cerca que no tenía tiempo para pensar. Reaccionó por instinto, juntó las manos y creó su propio torbellino de aire.
Los dos tornados se encontraron con un silbido. No hubo choque. Donde se tocaron sus bordes, apareció un arcoíris. Un ojo entrenado podría distinguir más de treinta y seis colores en él. La mayoría de la gente solo vería siete.
Aura y el Pozo quedaron tan sorprendidos que redujeron la fuerza de sus furias. El arcoíris creció aún más grande y brillante. Luego desapareció. Tanto el viento como el agua se retiraron, habiendo demostrado sus habilidades. Silencio.
– No sabía que podías hacer eso – dijo el Pozo.
– Siempre cumplo mi palabra – respondió Aura – Pero no tenía idea de cuán solitario es dar consejos.
– Yo tampoco lo sabía… hasta ahora. Ve a limpiar. Es importante que lo hagas rápido. Tira los libros y esa vieja alfombra con el hilo rojo. Y cuando vuelvas, no olvides traer propina.